La pesadilla de la globalización
Hoy el liberalismo se siente victorioso, apoyándose en el inmenso poder de los intereses económicos a
los que sirve. Pero se trata de un gigante con pies de barro. Es previsible y verosímil que pierda la
batalla definitiva desgarrado por las profundas contradicciones que genera. La humanidad podrá
alcanzar un futuro más digno sólo si se libera de ese sistema económico monstruoso y la falacia de sus
dogmas, como los de la «competitividad» y el «libre cambio».
Su implantación se basó en la abolición del proteccionismo, a sea, las fronteras económicas, el sistema
que restringía el libre flujo de capitales. Hagamos un repaso de las consecuencias de esos cambios,
conocidos con los nombres de mundialización y globalización de la economía.
La libertad de flujo de capitales que consagra el sistema liberal permite una gran movilidad de los
recursos de inversión de unas zonas del planeta a otras buscando siempre el mayor beneficio. El
beneficio pasa a ser el objetivo primordial, no el ser humano; los hombres son sacrificados en aras de
ese nuevo dios del capital financiero. Como consecuencia de esa movilidad selectiva muchas empresas y
aún países enteros caen en la valoración de no competitivos y por tanto no interesantes para los
inversores, y eso origina la aparición de un ejército de parados. Fábricas y campos de cultivo
abandonados, zonas ex-industriales deprimidas, miles de familias que pierden su poder adquisitivo y su
posibilidad de una vida digna... En otros lugares se crean industrias nuevas, con una tecnología punta
que permite la automatización y la reducción del número de trabajadores; por cada nuevo puesto creado
se destruyen dos.
El paro pasa a ser el principal problema de la sociedad; para crear puestos de trabajo hay que ser
competitivos, atraer al capital; Ia que hace imprescindible reducir los salarios, incentivar a las empresas
disminuyendo sus impuestos, eliminar cargas sociales, liberar de tributación a las rentas del capital. Por
ello resulta imposible mantener las pensiones y ya no es viable es «estado del bienestar» ni sostenible el
seguro de desempleo... Los sindicatos y otras asociaciones ciudadanas y obreras, que habían constituido
el marco organizativo en la lucha social por la mejora de las condiciones de vida y de trabajo pasan a
tener una valoración de “indeseables” en el contexto de una política nacional que intenta atraerse las
inversiones de capital. Los gobiernos actuaron rápidamente para desregular el
mercado laboral: el tra-
bajo fijo tiende a desaparecer en favor de contratos temporales, sin derechos laborales. Sc estableció el
despido libre y se elaboraron legislaciones que hacen prácticamente imposible el ejercicio del derecho
de huelga. Los escasos puestos de trabajo que la industria demanda se tramitan a través de agencias
privadas de colocación que garantizan el rechazo de los trabajadores no dóciles o con antecedentes de
activismo sindical. Los despidos, el miedo, el paro, el hambre... son bazas en mano de los empresarios
para garantizar una mano de obra sometida y resignada. En esas condiciones los sindicatos se ven
abocados a su desaparición o deben amoldarse a comportarse como un elemento más del sistema.
Se incrementan a un ritmo galopante el paro, la marginación y la pobreza mientras se potencian los
sectores bancario y financiero. Una contradicción flagrante de este sistema es que la producción se
incrementa y se produce más con menos trabajadores, pero esto origina que con el paro resultante crecen
el hambre y la marginación. Se produce más pero no es posible mantener el nivel de vida anterior, ni las
conquistas sociales del pasado, ni los derechos económicos que proporcionaban garantías a los
ciudadanos. Resumiendo: se produce más y sin embargo la gente vive mucho peor, salvo un pequeño
sector de clases acomodadas, con alto nivel de consumo, cuyo standing mejora sin cesar.
La globalización tiene efectos también en los terrenos de la cultura y la información. Con el gran poder
de sus medios de difusión, los dominadores del sistema y sus grandes beneficiarios desarrollan una
política formativa e informativa destinada a justificar la explotación y la marginación en las mentes de
los explotados y los marginados; destinada a convencer a las víctimas de la expoliación de que además
tienen razón expoliándolas. Es impensable que una situación así se pueda mantener durante mucho
tiempo más. Se mantendrá justo el plazo que los pueblos tarden en comprender que les interesa ponerle
fin, que necesitan ponerle fin, y además que pueden ponerle fin. La globalización y sus consecuencias
no constituyen una realidad irreversible; es una pesadilla de la que podemos despertar. La Historia no ha
llegado a su fin, y el futuro aún está sin escribir.
Faustino Castaño
Junio de 2000